13.8.07

Día 3. Un millón de herreros

Mi cuerpo me despierta a las 03.36 de la mañana. Cosas del jet lag. Me cuesta volver a dormir. Estamos en un hotel en la 48 con Broadway, casi en Times Square. La humedad es sofocante.
Decidimos empezar el día cogiendo el bus turístico que recorre la isla. Impresiona. En algunas calles no se ve el cielo. El bullicio en Times Square, con sus luminosos de colores, mezclado con el pegajoso calor nos desconcierta. El tour del Soho. Chinatown. El guía nos insiste en el carácter holandés de la ciudad. Tiene la edad y la cara de estar descubriendo su identidad y por eso nos fustiga. Nos apeamos en Battery Park. La esfera que se ubicaba entre las torres gemelas preside ahora el parque: "Su sacrificio nunca será olvidado", dice una placa respecto de los muertos en aquel atentado. Igualito que en España. Nos vamos acercando a la Zona Cero. En un edificio que está frente al lugar que ocupaban las torres hay un mirador que muestra bien la magnitud de aquel desastre. Cuando vamos a entrar, vemos que un cartel advierte que no se puede fumar en la puerta del edificio. Unos metros antes, la zona para fumadores en una terraza de un bar, está acotada y separada de la zona de no fumadores. Atravesamos la isla hacia el East River y pasamos por Wall Street.

Nuestra idea es subir hasta el MoMA y comer en el restaurante del Museo. La humedad sofoca. Cuando llegamos a la 53, vemos que no teníamos que haber reservado. Almorzamos en un irlandés. Nos atiende Mervin en un deficiente español. "Mi mamá es española" dice, para explicarnos que es dominicana. En la carta aparece un "Spanish Caffe". Mervin nos aclara. Café con licor.
Carles y yo vamos al MoMa. Una empresa patrocina la entrada gratis de los viernes por la tarde, así que tendremos que disfrutar del hotel entre una marabunta de gente. Empecemos por el continente. El edificio es espectacular. Abierto, luminoso. Vamos ascendiendo por las plantas. Las primeras nos interesan menos, aunque son pintorescas. Las mesas de información están ocupadas por jubilidas que dan información sobre el museo. ¿Sería posible algo así en España? La parte verdaderamente brillante de la colección está en las dos últimas plantas, al menos en lo que a pintura se refiere. Una buena colección de impresionistas. Cada vez soy más impresionista (y tengo la teoría, por cierto, de que el primer impresionista fue El Greco, pero de eso hablaremos otro día). También el siglo XX está magníficamente representado. Kandinski, Kokoschka, Matisse, Chirico... Destacada presencia de artistas españoles. Algo del enigmático Juan Gris, y bastante Picasso. Este año se cumplen cien años de la creación de "Las señoritas de Aviñón" y el Museo le dedica una exposción para explorar el proceso que llevó a Picasso a realizar la obra. Desgraciadamente, no está "La persistencia de la memoria", un cuadro de Dalí por el que siempre me he sentido atraído, ya que ha sido cedido para una exposición en Londres.
El único error de la visita ha sido coger las audioguías en español. Están en una mezcla de mejicano e inglés que nos descorazona. Cuando hablar del Conservador Jefe de un Museo, se rerfiere a él como "curadero en jefe".

Nos asomamos al Quinta Avenida. A un lado se divisa Central Park, pero decidimos bajar de vuelta al hotel. Visitamos la catedral del San Patricio. Manhattan es capaz de comerse a esta catedral y a cualquier otra. No hay ninguna perspectiva, le ocurre un poco como a la Catedral de Toledo. La ciudad la ha engullido y hay que estar casi encima para verla.
De noche cogemos de nuevo el bus para acercarnos ahora a Brooklyn. El guía nos habla ahora de putas y de mafia. Cada loco con su tema. Cenamos. Va siendo hora de irnos a dormir.
Manhattan se mueve en una escala que supera lo que un europeo está habituado a ver. Apenas hay cielo. La humedad y el jet lag nos tienen algo mareados.

De camino al hotel, tampoco sé bien porqué, recuerdo el Grito hacia Roma (desde el Chrisler Building) y recuerdo en especial algunos versos:


Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.

1 comentario:

Butzer dijo...

Vaya viajecito, y que envidia. Desde luego que debe de estar muy bien para visitar, pero los efectos del largo viaje pasan factura e impiden disfrutarlo al máximo.