20.8.07

Día 5. Boston

Amanece. Desde nuestra habitación se ve a la ciudad reflejada en el río Charles. Viendo los cauces y caudales estadounidenses uno siente cierta ternura por el padre Duero que cantara Claudio Rodríguez. En Boston el turista puede ver los monumentos más importantes sin ayuda externa. Una senda de varios quilómetros, denominada “la Ruta de la Libertad” (The Freedom Trail) guía al viajero por aquellos sitios que no debe perderse. Los norteamericanos saben de dónde vienen y les gusta recordarlo. Saben que la libertad es difícil de conseguir y compleja de gestionar. Echamos a andar. Nuestra ruta principia en el Faneuil Hall, un mercado del XVIII. También son gente práctica. Una de las paradas de la ruta es un edificio del XVIII que ha sido reconvertido, parcialmente, en boca de metro. Llegamos a uno de los cementerios históricos de la ciudad. Aquí están enterrados algunos de los patriotas que fueron asesinados por los británicos al comienzo de la guerra. Me gustan los cementerios históricos. Sus lápidas nos muestran la fugacidad de la vida y la persistencia de la memoria. Abandonamos parcialmente la ruta. A cada paso nos asaltan hamburgueserías y pizzerías. La mala alimentación de los estadounidenses es legendaria. Un monumento, sobrio, a las víctimas del Holocausto. Qué hubiera sido de Europa sin la intervención de los EE.UU. en la segunda guerra mundial.


Nos adentramos en little Italy. Una placa recuerda a los hombres del barrio “who gave their lives in defense of our country”; los nombres y los apellidos son todos italianos: Coscarelli, Dantone, Bugno… Las identidades, una fuente inagotable de misterios. Unas fotos muestran la celebración en el barrio de la victoria de Italia en el último mundial. Little Italy. Sus abuelos y bisabuelos eran italianos. Sus nietos se siguen sintiendo italianos, pero “their country” no es Italia, sino los Estados Unidos. Quizá ahí resida una de las ventajas competitivas de los EEUU: su capital simbólico es inagotable. Su ventaja respecto al resto, aún es sideral. Los italianos allí quieren ser norteamericanos. Aún no sabemos qué querrán ser, en un par de generaciones, los hijos de ecuatorianos o de marroquíes nacidos en España. Pero las perspectivas no invitan al optimismo. Entre la legendaria empanada mental de la izquierda española, y la tradicional cobardía de la derecha, no parece que podamos ofrecerles un país o una sociedad simbólicamente atractiva, de manera que se integren en ella y renuncien a reproducir su sociedad de origen aquí.

Entramos a almorzar a un pequeño restaurante. Rudy, el camarero, es salvadoreño. Del Barsa. Nos dice que el Real también es bueno, pero que “el Barsa es “el mejor”. Qué pequeños resultan desde Boston Laporta y sus intentos de provincializar un fenómeno mundial como es un club de fútbol.

Un par de quilómetros más por la senda de la libertad y volvemos al hotel. Hay que descansar un poco. Jacuzzi, sauna y Piscina. Cogemos en recepción unas bicis y nos ponemos a pasear siguiendo la orilla del Charles. El paseo es precioso. Verde y agua. A la vuelta, cambiamos de acera y pasamos por el MIT. Grandeza. Nos asomamos a sus instalaciones. Aunque el Perdíu no es más que un pobre agnóstico, siente un respeto reverencial por los lugares sagrados, ya sean estos religiosos o laicos. Y el MIT, con su trayectoria, su historia y su presente, lo es.

Nos toca cenar en un Mall. Más hamburguesa y más pizza. No tenemos claro dónde vamos a dormir mañana. Nuestra ruta girará hacia el oeste, camino de la América profunda. Buscamos un motel de carretera, lo más típico posible. Internet, que todo lo sabe, nos ofrece cerca de las once de la noche la solución.

Vamos a dormir. Hermosa Boston, tan coqueta, tan verde, tan sabia.

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