24.8.07

Día 8. Hacia Pittsburgh

Madrugo. Jimena queda durmiendo. Nos acercamos a un cibercafé para reservar los hoteles que nos quedan. El progreso. Españolitos de clase media haciendo un viaje a golpe de Internet y de gps.


Desayunamos. Entramos en un sitio especializado en desayunos. Está lleno. No lo sabemos pero vamos a presenciar uno de los momentos estelares del viaje. Pedimos unas tostadas, unos zumos y, cuando llegan los cafés, le pido a la camarera “hot milk”, Just Hot Milk, please”. Me mira con cara de asombro. Va a la cocina. Vuelve. “No tenemos leche, lo siento”. Un lugar de desayuno, con más de cien clientes, no sirve leche. Usted puede tomar panceta, tortilla, mermelada, mantequilla, café, soja y casi todo lo que se le ocurra. Pero no hay leche.


Nos acercamos de nuevo a las cataratas. Esta vez vamos a entrar. Sacamos tiques para el Maid of the Mist. Hermoso y poético nombre. Buques que se acercan a las cataratas. Hace calor. La cola es larga. La organización la ameniza. Un grupo de jóvenes te hace una foto tras rogarte que sonrías y luego te la vende. También te venden montajes en los que salen paseando por encima de las cataratas. Por fin entramos. El buque va hasta arriba. Un pequeño chubasquero azul. A nuestro lado, un matrimonio ruso con sus hijos. Nos acercamos. El agua empieza a salpicarnos. El rugido es ensordecedor. Merece la pena. Mis gafas están ya caladas, pero no dejo de mantenerle la mirada al coloso. El agua. De ahí venimos. Bienvenido a casa.


Nuestro GPS decide que entremos a Estados Unidos por Búffalo, lo que hace que hagamos unos treinta quilómetros por una autovía canadiense. La cola en la frontera, parados “puntacima” de un puente, es monumental. Cuando entramos, nos ponemos de camino a Pittsburgh. La ruta nos lleva un rato en paralelo al lago Eire. Parece un mar. Qué pequeño queda el Lago de Sanabria desde aquí. No hay como viajar para poner las cosas en su justa medida. Comemos en un McDonalds ubicado en un área de servicio. Entramos en Pensilvania. El bosque ha cambiado, apunta sagaz Hornuez. Se abren más claros y se ven más casas.


Fascinante Estado, Pensilvania. Fundado por William Penn, vástago de una adinerada familia británica a la que la Corona debía mucho dinero. A finales del XVII, creó una sociedad en la que se garantizaba no sólo la libertad de culto sino, en cierta medida, ciertas libertades civiles. Los poderes estaban razonablemente separados y, de hecho, sus leyes fueron una fuente de inspiración para los independentistas un siglo después. Mientras, en Europa, el modelo presentaba características tan simpáticas como el absolutismo francés y las guerras religiosas.


Llegamos por fin a Pittsburgh. Tras registrarnos en el Hotel, vamos a dar una vuelta por la ciudad. El downtown es pequeño, y en él se repite esa caótica forma de superponer edificios y estilos sin aparente orden ni concierto. La ciudad ha sido tradicionalmente la capital del acero en el país. Tiene, además, un alcalde de 27 años. ¿Se imaginan en España a una gran ciudad con un alcalde tan joven?


Empieza a caer la tarde. Nos dividimos. Carles, Jimena y yo entramos en un bar. Todo como en las pelis: música en directo, y sitio sólo en la barra. Para hablar, has de girarte para ver a tu interlocutor. La televisión retransmite fútbol europeo. Cuando volvemos a juntarnos todos, entramos a cenar en un griego. A los postres, el camarero nos ofrece el “postre Onassis”. Intrigados, preguntamos. Resulta que el cocinero del restaurante lo fue durante años del yate de Onassis, y allí diseñó un postre que era el favorito del patrón. Lógicamente, pedimos probar el postre. No está mal. Al acabar la cena, buscamos al cocinero. Tiene las manos grandes. Está envejecido. Charlamos un rato con él.


Llega la hora de volver al hotel. Los días van pasando factura y mañana nos espera Washington, la capital de aquel país que surgió con la idea de ser “una ciudad sobre una colina”.


1 comentario:

Butzer dijo...

Donde este un buen vaso de leche por las mañanas...XD.