28.8.07

Día 9. Una ciudad sobre la colina

Soy de sueño ligero. Es una característica clásica de las personas con poco apego al trabajo. Me despierta, poco antes de las seis, una tormenta de verano. Es agradable el sonido de la lluvia. Me vienen a la cabeza los acordes de una canción de cuando El último era El último: “todo el día llovió, toda la noche lloviendo”. Nos ponemos de camino hacia Washington. Sigue lloviendo. El atasco, para dejar atrás los alrededores de Pittsburgh, es importante. La mañana se nos va conduciendo y a eso de la una divisamos la capital. Tardamos en acceder, aunque hace rato que vemos el Potomac. Cuando llegamos a la ciudad, decidimos aparcar y comer antes de que nuestra única opción sea un McDonalds. Encontramos un restaurante y entramos. Una de las camareras, salvadoreña; el otro, etíope. Cae un café y volvemos al coche. La ciudad, quizá una de las primeras del mundo en ser planificada expresamente para ser capital, engaña en cuanto a las distancias. Calles interminables y distancias más relevantes de lo que parece a primera vista. Aparcamos cerca de la Casa Blanca y nos dirigimos a ella caminando. Llegamos por fin al 1600 Pennsylvania Avenue, la dirección postal más escrita del mundo.

Vallespín nos contaba en un curso hace muchos años que la estética de los edificios de la capital de Estados Unidos está más relacionada con el intento de hacer un país nuevo sobre la imagen de Roma, que simplemente con el neoclasicismo en boga en la época. Aquella ciudad que se creaba sobre la colina recuperaría de las fuentes clásicas las mejores virtudes y orillaría para siempre la decadencia en la que se habían sumido las sociedades europeas.

Damos una vuelta por el perímetro de la Casa Blanca. El Departamento del Tesoro. Turistas. Magris hace en El Danubio una magnífica reflexión sobre esos estúpidos turistas que se quejan de que los sitios a los que van están llenos de turistas sin pensar, siquiera un instante, que ellos también son un estorbo para las fotos del resto de turistas que piensan, exactamente, lo mismo de ellos. Hay policía en cada esquina. Vemos el Obelisco. Tomamos el coche y vamos hacia el Capitolio. La sede del legislativo estadounidense y una de las siete colinas de Roma. Otro edificio impactante. No temáis la grandeza, decía Shakespeare.

Aquí ya votaban cuando en España estaba Fernando VII y unos cuántos catalanes le pedían más firmeza y que, con dos cojones, reestableciera la Inquisición. Aquí ya votaban cuando en España gobernaban espadones. Aquí iban a las urnas mientras en España gobernaban generales golpistas, o se hacían con el poder republicanos locos o egocéntricos. ¿De qué coño se ríen los progres en España?

Un poco de paseo por la ciudad antes de volver al coche. Queremos dormir en Baltimore, una ciudad que, antes de pisarla, nos suena a la generación perdida, a absenta y a los decadentes años veinte. La ciudad está cerca. De salida a la autopista, vemos desde fuera el Robert F. Kennedy Memorial Stadium, en el que juega DC United, que se enfrenta a esta hora con LA Galaxy en lo que supone el debut de Beckamm en la liga norteamericana.

El camino es ligero. Cuando entramos en Baltimore vemos un par de estadios, uno del (incomprensible) fútbol americano y otro del (aburrídisimo) béisbol. Nos alojamos y salimos a ver la ciudad. Caminamos por el puerto. La noche es agradable. Los edificios de oficinas se alternan, en caótico desfile, con las tabernas del puerto. En Baltimore está atracado el buque insignia de la marina de guerra de los Estados Unidos. Cenamos por allí. El vino, nuevamente de California, vuelve a ser flojo. Las cartas de vinos muestran caldos, flojos a lo que vemos, de entre 20 y 30 dólares, y luego grandes caldos de más de cincuenta por botella.

Durante el paseo ligero antes de volver al hotel. Vemos un restaurante español, pero no hemos venido aquí a comer gazpacho. Mañana nos espera la ciudad del amor fraterno. Hay que recogerse.



1 comentario:

Butzer dijo...

Es agradable y relajante el sonido de la lluvia, pero eso sí, escuchado desde casa.
Puede que suene algo ingenuo, pero dan envidia muchos aspectos democráticos y valores de Estados Unidos como su sentido patriótico, el amor por su bandera que representa la democracia-consolidada y de la que llevan gozando desde hace tiempo-.
Con esto no quiero decir que no hayan "agujeros" que sean indeseables...

Saludos.