20.6.08

Libros de guarda (III). De culpables y de perros

Sigo repasando con usted, desocupado lector, el magnífico pasado imperfecto escrito por Tony Judt.
Las cosas iban estando claras. Benda trajo a colación el asunto Dreyfus para hacer un llamamiento a la rebelión de los intelectuales ante los juicios farsa de la Europa socialista. La respuesta de Paul Eluard no puso ser más clara: “estoy demasiado ocupado con inocentes que afirman su inocencia como para ocuparme de culpables que proclaman su culpa”. Y ahí nos aparece Albert Camus. Ya en 1948 proclamó que el juicio moral sobre las dictaduras era indivisible, y que quien condenase la dictadura en España no podía callar ante lo que pasaba en la Unión Soviética. Pocos tuvieron, igualmente, la claridad de Lefort: la Unión Soviética no sólo no era un Estado obrero sino que era un Estado que vivía, precisamente, de la explotación de los obreros que allí existían.
La traición de los intelectuales se completó, claro que se completó. No había una ideología, había una fe, un deseo de creer, y nada podía imponerse en el camino. Así,
Lyssenko, por raras que sonaran sus teorías, era un sólido científico porque el “Comité Central no va a confiar el futuro de su agricultura a un charlatán”. Si en España había restricciones alimenticias, era porque el Estado quería tener a su pueblo controlado, si esto pasaba en Polonia, era porque esa era una forma magníficamente democrática de compartir en tiempos de escasez (no parezca esto una broma, la misma idiotez supina ha defendido en tiempos recientes el novelista Sampedro). Esa voluntad de ignorar la realidad es lo que estaba en el medio de aquella fe. Y el que estaba fuera de la misma era un hereje. Que se lo digan a Silone

Esta fe daba lugar a ese doble rasero al que tan acostumbrados estamos; para Sartre, el comunismo no deseaba la opresión, mientras que la represión era consustancial al sistema capitalista. Por ello, no se podía criticar a la Unión Soviética desde occidente porque occidente no podría tener nunca la 
conciencia tranquila.

Y es ahí donde la izquierda francesa se deslizó por lo que Judt denomina, brillantemente, por la senda de “la metáfora como obscenidad”. Así, los barrios obreros de París eran auténticos gulags. Y ahí seguimos: los ataques israelíes contra terroristas palestinos son "asaltos al gueto de Varsovia". Cuando el lenguaje se relativiza, la realidad se evapora como por ensalmo. Y es que, aunque en occidente los intelectuales vivieran bien, la gran esperanza para los obreros estaba en el este. Por eso Sartre escribía aquello de “un anticomunista es un perro; de ahí no me apeo ni me apearé jamás”.
De ahí al antiamericanismo no había mucho tramo que recorrer…

PS: "La inagotable letanía de las referencias de la era de la resistencia a la renovación, la purificación y la lucha, había conformado una red de símbolos lingüísticos que los comunistas manipulaban con contrastada facilidad, tanto más si se piensa que este léxico político radicalizado vino a suplir la revolución misma". Judt, Tony:
Pasado imperfecto. Los intelectuales franceses, 1944-1956. Taurus, Madrid, 2007. Página 64

PS: interesante noticia. Un cómico que mandó
a la mierda “a la puta Cataluña” en Telemadrid, ante la sonrisa cómplice del presentador, se sentará en el banquillo.

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