2.6.08

Sábado 17. De la modernidad

Hay una zona, cerca de Badaling, en la que se puede apreciar la transformación de la China del siglo XXI. Es un espacio frondoso, metido en el bosque, en el que es difícil observar la presencia de construcciones. Arquitectura del siglo XXI. Amplios espacios para que entre la luz, como en un sueño modernista. Y al fondo, el bosque. Comemos en uno de los edificios. Un fascinante juego de formas geométricas, hormigón y acero. Me recuerda, lejanamente, al magnífico edificio de la Fundación Rei Afonso Henriques en Zamora. Estamos en Commune by The Great Wall, un espacio de lujo donde comer y pasear. Fernando, el guía, tan inocente que aún debe creer en la lucha de clases, nos indica que a estos edificios vienen los nuevos ricos, y que la corrupción es un cáncer que el Partido está intentando combatir. Pone un perfil de “ya-caerán-estos-cabrones” que asusta. Si algo hemos aprendido del siglo XX es que el objetivo de la izquierda no era acabar con las clases, sino cambiarlas de lugar. Hay un hermoso recorrido que empieza en una dacha poblada por miembros del partido y acaba mayormente antes de ayer con el ministro Bermejo cazando en la misma finca en la que lo hacía el caudillo y con ademanes, impasibles, similares a los antaño. ¡Ah la naturaleza humana!, siempre tan poco heroica.
Esta noche hay cena porque el viaje está pronto a acabar. Estreno cuello mao. Otra copita. Porto con hielo. Heterodoxo, ya lo dije, hasta el final.


No sé en qué quedará China. Pero si sé, es claro, que lo que es una anomalía en la historia del mundo es la época que hemos vivido y que hemos interiorizado simbólicamente como propia. Hasta el siglo XV, el PIB asiático era muy superior al europeo. Durante cinco siglos, Europa ha disfrutado de una hegemonía económica, militar y cultural en el globo que no se corresponde con su escaso tamaño y su
magra población. Quizá la anomalía esté tocando a su fin. Quizá la única ventaja que conserva Europa es la cultural. Los chinos llevan aún camisetas del Real Madrid y los norteamericanos viajan a Francia a culturizarse. Pero el mundo va rápido, y esa ventaja no durará mucho. La propia historia de la postguerra en Europa es la crónica de un precipicio. Y la Unión Europea la de una pasión inútil. Cuando nuestros hijos sean seguidores de equipos chinos, y sus novias se mueran por comprar ropa nipona, y lo más de lo más en viajes sea visitar Xi´an, todo habrá vuelto a la normalidad. Y nosotros, tal vez como hubiera hecho Salvador Escalante, en ese momento sonriamos mientras apuramos una copa viendo como el sol se pone por Lubián.

Mañana toca volver a Madrid. Lo haremos vía Múnich. Cuando uno vuelve a casa desde el fin del mundo, lo mejor es hacerlo sobrevolando el Camino Español.

PS: - Salvador Escalante tenía las haciendas, la herencia, el lujoso automóvil, la chica era buena y en una de esas viejas casonas algún viejo hijo de ingleses, probablemente educado en Inglaterra, extraviado entre el gin y la nostalgia, volvería a sonreír. Valía la pena. Bryce Echenique, Alfredo:
Muerte de Sevilla en Madrid. Madrid. Alianza Editorial. 1994. Pág. 10

PD: aviso importante a los (múltiples) lectores catalanes de esta bitácora. Si este verano van a ir de vacaciones por el resto de España, lleven una nómina con ustedes. No es broma ni boutade.
La necesitarán.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Plas, plas, plas! Fantásticos relatos, señor perdíu, de los que he disfrutado durante estos días, pese a la envidia que me daba.

Saludillos germánicos.

Anónimo dijo...

A mi también me ha encantado pero tengo varias preguntas para usted: ¿por que no se llevó a su Jimena?, ¿Que tipo de trabajo tiene que le da dinero para estos viajes? La envidia me corroe, admirado Perdiz

Anónimo dijo...

Ayayay, Jimena era la que tenía que haber ido en lugar del Sr. Perdiz, pero su altruismo innato (y algún problema de agenda) le llevó a ceder graciosamente su puesto al apuesto.

Y suponemos que lo lamentará toda la vida, una vez leido el relato de esas tribulaciones...