20.4.09

Cine cine cine

Cine variado. 

La dolce vita. Una pequeña decepción. Creo que la película no ha envejecido bien. Algunas escenas son demasiado naif y la historia en general, con la excusa de la incomunicación, no se sigue bien. Mastroianni está magnífico, pero el resto de la película se me queda algo flojo. 

Vimos también  Historia de O. Cine erótico de los años setenta, cuando ellas andaban quemando sujetadores y ellos a ver lo que cazaban a cuenta de la liberación de los pueblos. Una historia de dominación y de sexo que promete más de lo que ofrece. Pertenezco, en fin,  a una generación que llegó tarde al cine erótico; casi todas las grandes obras me pillaron muy niño, así que, para mí, el último tango en parís o el imperio de los sentidos no significan gran cosa. Habrá que ir supliendo estos déficits.

En fin, lo mejor de lo visto últimamente ha sido Gran Torino. Qué peliculón, madre mía. Y eso que, cuando fuimos a verla, nos tocaron varios adolescentes que debieron de pensar que estaban ante una película cómica (¿?). Qué magnífico director Eastwood. La película, sin llegar a la dureza de Million Dólar Baby, es quizá lo mejor que he visto este año. La vejez, las relaciones con la familia, la inmigración, la llegada del otro; la falta de adaptación al entorno nuevo, la lucha por sobrevivir. Ya saben, la decadencia de la clase media norteamericana, la proletarización del white trash y el empobrecimiento de los espacios urbanos, en este caso ocupados por inmigrantes negros, asiáticos y latinos.

Una película muy buena. Por favor, no dejen de verla.


 PS: "Cuando escuché a mis amigos dominicanos describir la situación de los haitianos en la República Dominicana quedé asombrado por los estrechos paralelismos que guardaba con la situación en Estados Unidos de los inmigrantes ilegales procedentes de Méjico y otros países latinoamericanos. Escuché las famosas afirmaciones que se refieren a “trabajos que los dominicanos no quieren”, “empleos mal pagados pero mejores no obstante que los que tienen en su tierra”, o a que “los haitianos nos traen el sida, la tuberculosis y la malaria”, “hablan otra lengua y son más morenos” y que “no tenemos ninguna obligación de ofrecer atención médica, educación y vivienda a los inmigrantes ilegales, ni podemos permitírnoslo”. En todas esas afirmaciones bastaba sustituir las palabras “haitianos” y “dominicanos” por “inmigrantes latinoamericanos” y “ciudadanos estadounidenses” para que el resultado fuera la habitual expresión de las actitudes estadounidenses hacia los inmigrantes latinoamericanos.
Diamond, Jared: Colapso, por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Barcelona, Círculo de Lectores, 2006. Página 464.

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