13.8.09

Segundo día. 5 de agosto (I)

Amanecemos pronto. Aquí se hace de día a las tres de la mañana y así no hay quien duerma. En los alrededores de la Casa hay una exposición de arte contemporáneo. Todo es silencio. Paseamos sin apenas hablar. Acaban de izar la bandera finesa.

Desayunamos. Uno ha de ser respetuoso con los lugares que visita, y más cuando come y duerme en ellos. Y una forma como otra cualquiera de ser respetuoso es conocer la historia de los que allí vivieron. La casa los Demidoff. Una familia ilustre. De rancio abolengo: llegaron a prestarle dinero al Zar. Cuando la cosa empezó a ponerse complicada, Aleksander Nikolaevitsch Lopuchin Demidoff compró la casa para que pudiera servir de refugio tanto a su familia como a la familia imperial. Iluso. En el esquema mental de aquellas gentes era inimaginable que esa plaga llamada comunismo actuara como actuó. Jamás les hubieran permitido estar cómodamente exiliados; el comunismo soviético era una ideología totalitaria, ya del siglo XX y no hacía prisioneros, ni siquiera entre su propio pueblo. Los Demidoff pudieron huir. Se refugiaron en Anttola, a menos de trescientos quilómetros de la capital Imperial, ahora rebautizada como Leningrado. En la zona aún se recuerda a la familia, y se recuerda su generosidad en los tiempos duros de la consolidación del naciente Estado finés. De hecho, Aleksander fue compañero y amigo del general Mannerheim, auténtico héroe de la resistencia finesa al comunismo y claro vencedor en la guerra librada para consolidar una cierta democracia en la joven República. Pero a los Demidoff la historia los dio de lado y se acabaron arruinando. La esposa de Alekasander, Natalia Dmitrjevna Demidoff, murió en la indigencia más absoluta en 1956, tras haberse trasladado a vivir de la caridad pública a la cercana Mikkeli. Nunca asumió el cambio que sufrió su familia cuando ella era una joven que había casado con un importante noble de la Corte. Los hijos del matrimonio se dispersaron; y aunque uno de ellos, Nikolai, se quedó en Finlandia, cambió el apellido a sus hijos, que pasaron a llamarse Tammipuu.

PS: "[...] el 15 de agosto [de 1933], en la Escuela de Verano de las Juventudes Socialistas, [Largo Caballero] fue aun más contundente: "Hoy estoy convencido de que realizar la obra socialista dentro de una democracia burguesa es imposible". Entre alusiones a la dictadura del proletariado y elogios a la Rusia soviética, sentenció que "después de la República no puede venir más que nuestro régimen".

Avilés Farré, Juan: La izquierda burguesa y la tragedia de la IIª República. Servicio de Documentación y Publicaciones de la Comunidad de Madrid, Madrid, 2006. Páginas 262-263

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