21.12.09

Un pequeño tesoro, otra vez

A veces los prólogos de un libro esconden tesoros delicados sobre los que es fácil pasar por encima sin darse uno ni cuenta. Jon Juaristi, el gran Juaristi, escribió uno hace tiempo a un libro de Aurelio Arteta. Uno de los párrafos del prólogo en un monumento y hoy, muchos años después (¿frente al pelotón de fusilamiento?) vuelvo a compartirlo con usted, desocupado lector.

Léalo despacio. No se deje llevar por las prisas. Y disfrútelo:

Creo que a Arteta, como a mí, no le mueve tanto la esperanza como un cierto sentido -trasnochado- del mejor individualismo. Es decir, de ese individualismo que ya se bate en retirada, pero, al menos, se bate. Como Auden, Arteta y yo creemos que la única tarea del pensamiento y la literatura consiste en la creación de una identidad individual frente a las presiones del medio, que solamente consiente identidades colectivas, las que vienen dadas por los determinismos culturales y sociológicos de origen. Es, por supuesto, una tarea destinada al fracaso. Freud, al que Auden profesaba auténtica devoción, observaba que el individuo va construyéndose a sí mismo con esfuerzo -poniendo yo donde antes sólo había ello-, para caer finalmente derrotado frente a la especie; uno se mira un día cualquiera en el espejo y ve el rostro de su padre. A partir de ese momento puede dar la batalla por perdida. Y ese momento nos llega a todos, inevitablemente. Pero sólo en la lucha por la propia identidad puede brotar la poesía, como quería Auden. O el pensamiento.

PS: Cuando Nietzsche escribe en Ecce homo capítulos titulados "Por qué soy tan sabio", "Por qué soy tan inteligente", "Por qué escribo tan buenos libros", "Por qué soy un destino", poco antes de volverse loco, su exaltación (la de un fan de sí mismo) parece desquiciada. Sin embargo, los autorretratos de los pueblos, de los Estados, de las instituciones, dicen lo mismo y no parecen cosa de locos. Por el contrario, la exaltación del ego colectivo pasa por virtud, digna de la mayor abnegación, sin excluir la ofrenda de la propia vida, ni el sacrificio de vidas ajenas. Como si la abnegación del yo en la afirmación del nosotros fuera siempre admirable. Como si el fanatismo del nosotros fuera menos desquiciado que el fanatismo del yo.

Zaid, Gabriel: “Nosotros” en Letras libres, octubre de 2001

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