14.7.10

Tarde con el maestro

Ayer hubo tarde con el maestro. El maestro, a estas alturas, sólo puede ser el maestro Esteban, con ese nombre como de aquel que en un relato que hubiera firmado Borges (¿quién si no?) se encargó de diseñar todas las catedrales góticas del mundo. Nos vimos a media tarde, en esa zona de Madrid que ni es suya del todo ni mía tampoco, aunque los dos podríamos llegar desde casa dando un paseo. Fue memorable. Ponernos al día y teorizar sobre la vida. Como en un libro de Pérez Reverte, el maestro no ha perdido la esperanza, tantas cosas después, de que la vida puede ser otra. De que la vida se puede vivir de otra manera. Le conté mis planes, me participó de los suyos. Se marcha a finales de la semana al sur. Tiene pendiente volver a Sanabria, que siempre fue su Comala particular. Algunos consejos, varias recomendaciones. También de lo laboral, claro, porque no sólo de mujeres (de las antiguas, de las nuevas, de las que se han ido, de las que volvieron...) hablamos el maestro y yo.

Cuando se nos hizo de noche con tanto palique llamamos a Miguelito. Allí estaba ya casi la mitad del Grupo Otoño. Nos fuimos a cenar. Más tertulia. Más pasado, más presente y sobre todo más futuro. El vino nos hizo soñar con retirarnos todos al campo, montar una casa rural y vivir sólo a base de ver amaneceres. Eran casi las doce cuando nos despedimos. En Madrid no corría una maldita brisa de aire. Nos abrazamos antes de subirme al taxi. Cuídate perro, me dijo, como me dice siempre desde hace casi veinte años.

Buen verano, maestro.


PS: "Un libro de una biblioteca personal esconde a veces mucho más de lo que el lomo da a entender. Una dedicatoria, por ejemplo. O la fecha de su compra, junto a la firma del comprador. O, entre sus páginas, un recorte de periódico, vinculado o no a la obra en cuestión".

Pericay, Xavier: Filología catalana. Memorias de un disidente. Barataria, Barcelona, 2009. Página 39.


PD: bastante agobiado toda la mañana, la verdad.

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