5.8.10

En el lago

Estuvimos en el Lago casi toda la tarde. Qué capacidad de juego tiene un niño. Y qué capacidad para ensuciarlo todo. Su tío enfrascado en la lectura, pero se da cuenta de que con el rabillo del ojo la vigilo. Vamos a bañarnos, me dice, pero le da miedo nuestro padre el Lago. Apenas llega a las rodillas quiere que la coja. Volvemos a salir. Así dos o tres veces. “Vamos a llenar el cubo de agua”. Vamos. Se lo lleno. Le da miedo también el agua, y no está cómoda. Al final, va con su padre un rato (a mí el sol me está devorando la piel). Sigo leyendo. Acabando los lugares donde se calma el dolor. Vamos a jugar, me dice. Hagamos un castillo, le propongo. La imaginación no tiene límites, así que hacemos una fortaleza en la que un palito nos sirve de bandera y unas ramitas secas de puente levadizo. Le voy recitando despacio la canción del pirata, de Espronceda, y de pronto el castillo se nos transforma en un barco. Miramos de frente a nuestro padre el Lago y le digo despacio al oído Asia a un lado, Europa al otro y allá a su frente Estambul. Sonríe y destroza el barco al pisarlo sin darse cuenta. Nos vamos a por un helado. No sólo hay lugares que calman el dolor. También hay personas, aunque no lo sepan.

Se nos va la tarde y volvemos a casa.

PS: “Allí están, a los pies de la colina de Posillipo, la cueva de Virgilio, su propia tumba y también la de Leopardi. […] Los romanos se hicieron construir sus villas en este alto promontorio. La mayor de estas mansiones tenía por nombre Pausilypon, “el lugar que calma el dolor”, pues un bálsamo era la vista virginal de la bahía de Nápoles que ofrecía".

Molina, Cesar Antonio: Lugares donde se calma el dolor. Barcelona, Destino, 2009.

1 comentario:

rebolloa dijo...

Lo que el sol te come la piel, te pasaba desde que eras pequeño, y si la memoria no me falla, no eras tú tampoco muy amigo del agua, aunque se te fue pasando en Oriñón...