26.9.10

El teatro y "nuestros fantasmas más queridos"

Estuvimos viendo 666 en el Alfil. De Yllana. No había visto nada de ellos. De hecho, creo que hace tiempo que no pasaba por el Alfil. El teatro como humor. Y como humor, además irreverente. Y no sólo irreverente. También universal. La obra es buena, hace mucho que no me reía tanto. Digo universal pero supongo que la obra no se podrá exhibir en muchos lugares; esta visión jocosa y descarnada del sexo y de las obsesiones sexuales estaría probablemente prohibida en casi todos los países islámicos y no creo que hiciera mucha gracia en algunos sinceramente cristiano.

El teatro nos acompaña desde los griegos porque es el lugar en el que representar nuestras obsesiones, las cosas que nos atormentan y que nos atemorizan. Esas cosas que hacen que nos duela el brazo izquierdo. El lugar donde volver a vernos solos frente a nosotros mismos. Donde entendemos que todos llevamos una careta puesta que no desaparece al salir del teatro.

Algo que, como en un relato de Borges, ya intuyó oscuramente Juaristi (como antes lo había entendido oscuramente Orwell) cuando dejó escrito, al final de su libro Vestigios de babel aquel párrafo memorable: "Porque eso que todos sabemos, aunque la resistencia a admitir que lo sabemos sea a veces atroz, es que las identidades individuales o colectivas son siempre ilusorias, que toda identidad es siempre usurpadora de una identidad ajena, y que en el fondo de cada uno de nosotros habita el Otro y suyos son nuestros fantasmas más queridos".

Y también los más temidos, añado yo una noche como esta, de septiembre.


PS: “Sólo cuando consigues reír de nuevo, -dice un cartel en la puerta de la catedral de Linz-, has perdonado realmente”. Magris, Claudio: El Danubio. Anagrama, Barcelona, 2000. Pág. 121

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