17.10.10

El ¿gran? Vázquez

Si la infancia de un hombre es su patria, entre mis paisanos, sin duda, se cuentan las hermanas Gilda, Anacleto o el abuelo cebolleta. También, claro, Mortadelo y Filemón, y Zipi y Zape.

De los autores clásicos, a Escobar sí que lo tenía ubicado, e incluso escribí algo para nuestros viernes de Otoño sobre él cuando murió, a mediados de los noventa. A Ibáñez lo he seguido mucho, pero de Vázquez no sabía gran cosa de su vida hasta que nos acercamos a ver El gran Vázquez.

El resultado, por el lado humano, no puede ser más decepcionante. Un cara. Un geta. Si no hubiera sido buen dibujante, no hubiera pasado de ser un estafador de poca monta. Aquella España, que salía de una guerra y se nutría del trabajo callado, y duro, de muchos, también conoció gente que consideraba que las obligaciones son siempre de los otros y los derechos de uno mismo. La película es buena. Y agridulce. Porque uno no puede dejar de sentir cierta compasión por el gran Vázquez. Cómo tirar una vida a la basura. Cómo la potencia, sin control, no vale de nada. Cómo llega más lejos el que quiere que el que puede.

Hoy, sin duda, Vázquez, de seguir vivo, se contaría entre los de la ceja y sería calificado de hombre comprometido. Vivir para ver.

Recomendable, en cualquier caso, desocupado lector.


PD: Manolo García principiaba su canción “Prefiero el trapecio” así: "Con la hermanas Gilda duermo en una cama grande; / bailamos con las canciones del Sisa y el Peret. / En un edificio con ventanas sin cristales, / Carpanta y yo vivimos a base de latas de calamares”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hasta hace poco se suponía que el progreso económico mejoraría la situación de la mayoría de la población, evitando la precariedad y la pobreza y paliando las servidumbres del trabajo. Este progreso se veía espoleado por reivindicaciones sociales tradicionalmente orientadas a reducir la jornada laboral y la edad de jubilación. Sin embargo, en los últimos tiempos ese progreso ha mudado en regresión al atentar sistemáticamente los gobiernos contra esas reivindicaciones mediante recortes de ingresos y derechos, no sólo actuales, sino también futuros, de la mayoría de la población. Atendiendo a las presiones de la patronal y con el pretexto de una crisis que se estima coyuntural, se quieren precipitar ahora reformas de fondo en el mercado de trabajo y las pensiones que echan por tierra logros penosamente adquiridos por el movimiento obrero. Y estos cambios a peor se tratan de acometer lo mismo en los países europeos con mayores derechos, salarios y pensiones, como Francia, que en los más precarios, como España, Grecia… o Rumanía, entonando en tan diferentes casos la misma cantinela económica de la competitividad.
Estas agresiones a los derechos e ingresos actuales y futuros de la mayoría de la población no sólo acarrean la impopularidad de los gobiernos que las fuerzan, sino también el descrédito de la legitimidad democrática que teóricamente los avala. Porque, si efectivamente existiera un gobierno del pueblo, no tendría sentido que se empeñara en recortar sus propios ingresos y derechos. Pero el elitismo gubernamental corre parejo con la falta de participación ciudadana en la toma de decisiones importantes. Es más, los gobiernos acostumbran a hurtar el debate para imponer con urgencia decisiones sobre el marco regulatorio de las pensiones y del trabajo que deterioran las condiciones de vida de la mayoría de la población y que atentan contra la solidaridad y la cohesión social. Los gobernantes justifican su poder para tomar estas decisiones porque han sido elegidos, olvidando por qué y para qué fueron elegidos y que si violan sus promesas electorales están deslegitimando su mandato. Asistimos así a la eclosión a un despotismo democrático que cuenta cada vez más con un poder sin autoridad y una legitimidad desprovista de confianza. Este poder sin principios olvida que la ética más elemental de la democracia exige cumplir las promesas electorales y contar con la ciudadanía en las decisiones de gobierno.

Marzo dijo...

Hombre, alguna pista había, creo. En "Anacleto" aparecía como "el malvado Vázquez" y, si mal no recuerdo, en "Los cuentos del Tío Vázquez" se dejaba a sí mismo como un jeta y un sablista.

A lo mejor voy a verla y todo.