29.11.10

Ya lo sé, es sólo un libro (y II)

Es sólo un libro, decía.

Fruto del esfuerzo de algunas personas. De pocas personas. De personas como Juan. Una persona, me decía Jorge mientras paseábamos por Salamanca, que será recordada dentro de muchos años. El esfuerzo porque se conozca la historia de los emigrantes que un día se fueron. Aquí se ocultó siempre. Yo mismo miro a mi alrededor y no veo más que emigración. Mi padre a Baracaldo, mi madre a Suiza. Los dos a Madrid. Mi tío a Alemania. Otro tío a Suiza también. Algunos de hecho, se quedaron allí: Manoluá, en la France. Muchos se iban por evitar la mili. Era los años de África. De la maldita guerra de África: “hijo quinto y sorteao, hijo muerto y no enterrao”. Mucho lo pasaron mal. Volvieron en silencio. No hay historias heroicas, en general, en la emigración. Por cada uno que volvía rico, cien no volvían. Y otros cien volvían en la miseria.

Ahora vamos recuperando su memoria. Sin ánimo de nada. Ni de revancha ni de grandeza. Con el ánimo de conocer. Y de reconocer. Y ahí está el papel que juega Juan. Y la UNED de Zamora. Gente trabajadora. Sonriente. Siempre dispuesta a ayudar. Incluso cuando alguien les responde: “soy una persona muy ocupada y apenas tengo tiempo para nada”. Llevan años recopilando la vida de los emigrantes. La vida de lo que fuimos, hace apenas cincuenta años. Un mundo del que ya no nos acordamos. Del que no queda memoria apenas. Un mundo que miramos con desprecio porque ya tenemos grandes coches y servicio doméstico y nuestros hijos han ido a buenos colegios. Nosotros, que nacimos donde no había ni baños en las casas ni luz en las calles. Por eso hay una meta: no olvidar que la grandeza no está sólo en las reuniones de los grandes hombres. En los grandes eventos. En las grandes corporaciones, en la prensa, en el espectáculo. En los grandes puestos. No. Hay grandeza, y mucha, en el hacer generoso. Callado. En el hacer bueno. En la lealtad. En reconocer lo que fuimos. Para no volver a serlo. Hay grandeza en la mirada de ese hombre que embarca, en el puerto de Vigo, en 1902, con dirección a un país desconocido, sabiendo que quizá nunca vuelva a poder mirar atrás. Como la hay en las manos de esa mujer que limpia suelos en su nuevo destino, dejándose los ojos para que sus dos hijos estudien y tengan una vida mejor. Hay otras vidas lejos del boato y el oropel. Unas vidas más sinceras. Más auténticas. En la que uno no ha de mentir(se) sobre lo que quiere o no quiere.

Vino Juan a Madrid y se presentó la nueva colección de la “Memoria de la emigración castellana y leonesa”.

En el segundo volumen sale publicada la historia de Julio Domingo Monterrubio de Rábano.

Por fin. Casi cinco años después de haber empezado a trabajar con ella.

La sensación de haber cumplido una tarea. Eso que intuyó oscuramente Schopenhauer hace muchos años cuando escribió aquello de que si nosotros callamos, ¿quién hablará?

La sensación de saber que mi abuelo y su padre seguirán en este mundo gracias a la palabra escrita. Una forma de arrancarlos para siempre del reino de las sombras.

PS: Antonio Machado escribió, y Hornuez me lo descubrió un día: “—yo tuve patria donde corre el Duero / por entre grises peñas, / y fantasmas de viejos encinares, / allá en Castilla, mística y guerrera, / Castilla la gentil, humilde y brava, / Castilla del desdén y de la fuerza—"

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