22.1.11

Hay ciudades que viajan con nosotros, ciudades a las que volver es regresar a la memoria. Ciudades en las que hemos amado, reído, olvidado, conocido y desconocido. Burgos. Tantos años después.

No fue sólo Hornuez, aunque todo empezó ahí.

No fue sólo la mili de Mile, aunque ahí estuvimos también.

No fue sólo conocer a Oscarnelo una noche con nieve, y Lisboa resplandecía.

Fueron los años de la inocencia, de viajar pensando en construir un futuro. Aquellos findes al frío, paseando por la ribera del Arlanzón, soñando una vida que jamás iba a llegar. Guardo hermosos recuerdos de esta ciudad, tan aristocrática, tan conservadora, con sus ventanales en Laín Calvo, con su catedral, con su CAB de tardes de vino y café. Con su Hospital, en fin, del Rey. Con aquellos ánimos ya perdidos en el basurero de la memoria, sigue, persevera, te sacarás el carné seguro, no te preocupes. A veces me pregunto si en algún recuperaremos todo el ánimo que repartimos durante la vida, infatigables soldados de la sonrisa.

Hoy burgos ya son otras cosas. Es el MEH, el fantástico MEH. Y ha sido Antuan, que ya se marcha. Y han sido los señores de Feroz. Y es, sobre todo, otra ciudad que visitar y enseñar(te), con calma, mientras cae el sol, paseando hacia la Catedral cuando huele a Castilla y la luz del invierno se filtra por los amplios ventanales del Paseo del Espolón… Vendremos.


PS: Claudio Rodríguez principiaba el Don de la ebriedad recordándonos que Siempre la claridad viene del cielo; / es un don: no se halla entre las cosas / sino muy por encima, y las ocupa / haciendo de ello vida y labor propias.


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