12.2.11

Libros que hay que leer (II)

Fouché. El genio tenebroso. Nace pobre. Discreto. Su destino, piensan todos, es el seminario. Pero llegan tiempos de cambio en Francia. Estalla la Revolución y es elegido diputado de la Convención. Llega a París. Y allí empieza a jugar. Y a disfrutar. Como siempre, se coloca de entrada con los más fuertes, en este caso con la mayoría, los moderados, los girondinos. Pero pronto las tornas cambias, y en enero de 1793 se pone del lado de la izquierda radical y vota la muerte del Rey. Será su primera traición. Habrá decenas más. Desde ese momento, se convierte en un radical. En un comunista en sentido estricto de la palabra. Enviado por la convención a provincias, sus métodos, sus formas, no tardarán en hacerlo famoso, en convertirlo en el “ametrallador de Lyon”. Roba a los ricos, proclama el fin de las desigualdades, saquea a la Iglesia, hace burla de la religión. Al volver a París, ahora le toca traicionar a Robespierre. Ministro del directorio, traidor ahora a los jacobinos, no tardará en ver que Napoleón es el hombre y a él servirá aunque, como siempre, guardándose varios ases en la manga.

Hay algo en la trayectoria de Fouché que lo convierte en una metáfora de la historia de aquella Francia que lo puso todo patas arriba y de la que, veinte años después, ya apenas quedaba nada en pie. Quizá la historia necesita de personajes como Fouché para hacer cierto lo que se decía en la novela del príncipe de Lampedusa: "si quieres que todo siga como está, es necesario que todo cambie


PS: no fue domingo en las claras orejas de mi burro, como hubiera escrito Vallejo. Fue sábado es una mañana luminosa en la Sanabria de febrero. Toda la luz, de hecho, se concentró allí.

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