8.5.11

De ruta por el oeste (I)

Salimos de viaje. Enfilando la nacional seis, como cuando vamos a Senabria. Pero esta vez íbamos a otras cosas. Entre ellas, a cumplir un viejo sueño. Lo tuve hace muchos años. Verán, yo estaba en la carrera, y algunas tardes me iba a la Nacional y, al rato, me ponía a leer cosas de mi tierra. Así llegué, creo, a Gómez Moreno y a sus estudios sobre el cenobio de San Martín. La historia es conocida. A finales del siglo IX o a principios del siglo X, el abad Martino y un grupo de monjes mozárabes procedentes del monasterio de Mouzoute compran las pesquerías del lago-mar ubicado al pie del monte Sospacio. Pocos años después, el abad Juan, cordobés, empieza a erigir un templo mozárabe, lo más antiguo que queda hoy en el monasterio sanabrés. Un monasterio que llegó a alcanzar fama, tierra y fortuna durante varios siglos, llegando a ser alojamiento de monarcas en sus años de mayor esplendor, antes de empezar a decaer ante la preeminencia de los Pimentel convertidos por la Corona en Condes de Benavente.

El caso es que empecé a fijarme: San Cebrián de Mazote está en una salida en torno al quilómetro doscientos de la nacional seis. Siempre me fijaba cuando iba o volvía de Madrid. Siempre con ganas de entrar a verlo. Siempre con prisa. Hasta el sábado. Era la primera etapa del viaje que con esmero nos había preparado Oscarnelo. Llegamos pronto. La iglesia es fantástica. De planta basilical, con una nave central que es el doble de alta que las laterales, con arcos de herradura. Un arte mozárabe raro aquí, ya que me he acabado haciendo a la idea de que este, como la magia, es ya sólo un arte toledano. Había niebla. El silencio. El frío. La sobriedad de sus arcos. Hubo otro mundo aquí. Un mundo que desapareció, como desaparecieron los mozárabes, cuya identidad ya nadie acierta a comprender. No queda nada de aquel legendario Monasterio de Mouzoute del que probablemente salieron el abad Martino y sus compañeros. Venían huyendo de Córdoba. De la intolerancia. De las persecuciones. Y del hambre. Así que fueron hacia el oeste. Y hacia el norte. Hacia una tierra casi vacía, misteriosa. Probablemente allí había restos de alguna iglesia y sobre ella empezaron a construir. Y a cultivar. Y a vivir.

El resto es ya historia. Un monasterio que proyectó su dominio sobre las tierras de la Sanabria, de Galicia y del actual Portugal durante casi mil años.

Salimos de la Iglesia de San Cebrián. No queda nada del Monasterio que allí hubo. Paseamos por el pueblo, otro lugar castellano venido a menos por los siglos. Antes de montar en el cochedirección a Urueña, echo un vistazo hacia el oeste. Allí a lo lejos se ven las “montañas más frías de toda Castilla”, como escribió un jesuita en el siglo XVII. E imagino a Martino y a sus hermanos partiendo, al amanecer, rumbo a lo desconocido…



PS: El historiador Fernando Miguel Hernández declaró: "Castañeda no es un monasterio más en ningún momento de su larga historia. Por eso los reyes no dejaron de impulsarlo desde sus orígenes y a lo largo del Medievo. La razón: su emplazamiento estratégico. Fue un instrumento de la Corona y de la Iglesia al servicio de la implantación de un modelo feudal en una tierra difícil, monstruosa y de frontera entre reinos y obispados".

No hay comentarios: