15.5.11

De ruta por el oeste (y VI)

La Villa Romana se encuentra a medio camino entre los pueblos de Almenara y Puras, pero el viajero sabe, a estas alturas, que no va a volver a Madrid directamente una vez que deja la villa atrás. Este viaje comenzó con una llegada a los orígenes, los del Abad Martino y sus frates, saliendo hacia el monte Sospacio de madrugada, y termina con otra llegada en búsqueda de orígenes. Termina con otro viaje iniciático, como no puede ser de otra manera. El Coronel tuvo un abuelo que abandonó su pueblo, y que apenas volvió a él. Un abuelo que hizo la guerra, pero que nunca transmitió odio a sus nietos. Un abuelo que había nacido en la cerealística castilla del primer tercio del XX. Un abuelo nacido en Almenara. Así que ponemos el coche en dirección al pueblo, apenas a unos tres quilómetros de la villa romana. Un abuelo Hidalgo, eso seguro, de un pueblo al que el Coronel nunca había vuelto. Aparcamos el coche junto a la Iglesia. El pueblo es pequeño, se lo ve casi vacío. La Iglesia está desolada. Románico arcaico, sin restaurar. Un parte de la torre se ha desconchado y habitan en ella las palomas. Lo que debió de ser la escuela está ahora arreglada. Pocos coches, probablemente de hijos del pueblo que ahora viven en Valladolid, o en Madrid. Estepa del cereal. El Coronel, Oscarnelo y yo charlamos mientras paseamos y hacemos fotos. Conocer de dónde venimos no nos hace mejores, ni más fuertes, ni ha de darnos ningún motivo de orgullo. Nos ayuda, sólo eso, a comprender quiénes somos. Y quienes fueron los que estuvieron aquí antes que nosotros. Y porqué hicieron las cosas que hicieron. Sobre todo cuando uno ha nacido, como nosotros, después de tanto cambio; tanto, que uno no sería capaz de hablar con su abuelo si lo encontrara de joven porque no habría ningún tema de discusión posible. España es lo que hoy es porque pasó lo que pasó entre 1940 y 1970. Ahí se funda la España de hoy en día. Hacia atrás, todo es un arcano: la guerra, la restauración, la república, la monarquía liberal… son parecidos a nosotros, pero no somos nosotros.

Montamos en el coche. Es hora de volver. El Coronel sabe que tiene un encargo hecho por su abuelo, que sigue viviendo en el corazón de las personas que lo recuerdan. Y mientras nos alejamos, recuerdo aquel poema de Ángel González, publicado en su libro Áspero mundo con el que el poeta, de apenas treinta años, obtuvo un áccesit del premio Adonais. Un poema hermoso, que resume la perplejidad de estar vivos y que pone ante uno la cantidad de azares que nos han traído hasta aquí. Del terrible milagro de nacer. Un poema que empezaba así: “Para que yo me llame Ángel González, / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo: / hombres de todo mar y toda tierra, / fértiles vientres de mujer, y cuerpos / y más cuerpos, fundiéndose incesantes / en otro cuerpo nuevo […]

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por el post.
Fue una grata sorpresa saber que íbamos a estar tan cerca del pueblo de mi abuelo. Pueblo del que me habló poco, estos días he sabido que a mis hermanos sí les contó alguna de las cosas que le pasaron siendo mozo.
De alguna manera cumplí una deuda que tenía con mi abuelo...siempre en la intención ir a su pueblo y al final nunca lo hicimos. Me emocionó y me entristeció y me ha vuelto a emocionar ver como ha descrito ciertas sensaciones de ese ratito.
¡¡¡ Un fuerte abrazo!!!

El Coronel