5.5.11

Del pueblo de Joao a las ensoñaciones de Nietzsche (o un elogio del mercado en toda regla)

El amic Joao nos invitó a cenar a su pueblo. Uno de los lugares, por escuro, más bonito de la tierra de Sanabria. A los pies de la montaña. Donde nace el Negro. Un lugar mágico, como lo son todos los lugares en los que termina una carretera. Uno se baja del coche y sabe que más adelante termina el más camino porque allí mismo empieza la montaña. Como llegamos tarde, esta vez no pudimos pasear. Llovía, a mayores. Joao tiene la casa en lo que fue, en tiempos, La Cantina de Miguel. Mientras prepara la cena, me cuenta la historia de sus padres. Y yo le regalo mis recuerdos de este pueblo y de esta cantina cuando, siendo yo un niño, venía aquí todos los setiembres a la fiesta de la patrona. Y cómo al acabar la Misa y la procesión nos veníamos aquí, a la Cantina, a por unas fantas y unos bollos preñados.

Se nos va la cena hablando de mil cosas. También de esta tierra, a la que tan poco le queda ya. Y hablamos, los dos los conocimos, de aquella raza de hombres que hizo el Mercado. Quedan muy pocos ya, apenas un par de ellos. Pero hubo un tiempo en el que todos los habitantes del Mercado eran como ellos: pioneros, comerciantes, hombres fenicios, una raza húngara, me dijo un día mi abuela en tono despectivo, una tarde siendo ya setiembre, sentados ahí atrás. No había gente igual en toda la Sanabria. Gente acostumbrada al pacto. Al acuerdo. A confiar. A hacer favores. A recibirlos. No había ni Ayuntamiento allí, gracias a dios. Lo que había era una campa enorme, al lado de una ermita. Y a comerciar. A comprar, a vender. A salir adelante, con dos cojones y con el fruto de tu esfuerzo. A tratar con los otros. A vivir. Frente a ellos, a apenas diez quilómetros, estaba el poder del Estado. De lo público. El notario. El registrador. El ejército primero, la Guardia Civil después, los maestros...

Hoy, la realidad de estos pueblos es una metáfora de lo que ha pasado en la tierra senabresa y acaso en toda España. El mercado aquí fue sólo una ensoñación. Un espejismo ante un poder, el del Estado, que se lo ha comido todo. Y aquí en la Sanabria, como en toda España, sólo hay vida dónde hay Estado. Una Puebla esplendorosa, construida con dinero público, es ya lo único presentable de la comarca. Los pioneros perdieron la batalla. Por aquella época, un contemporáneo suyo, alemán y algo loco lo dejó escrito, pero ellos no llegaron a leerlo: el Estado es el más frío de todos los monstruos fríos.

Ahora, tanto años después, gentes como Pedro Barrios, el hijo del Perdíu, el hombre por el que suspiraban (y maldecían, arrepentidas) las hermosas damas de Robleda, no reconocerían ya este mundo. Un mundo de licencias, regulaciones y horarios. Los comerciantes, los fenicios, perdieron la batalla. Y con ellos, la perdimos todos nosotros después.


PS: Adam Smith, en su Riqueza de las naciones, publicada en 1776, constata y explica: “No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas por aquellos que presumen de obrar solamente por el bien público, porque, aparte de la lisonja, es necesario a quienes realmente actúen con este solo fin un patriotismo del cual se dan en el mundo muy pocos ejemplos. Lo corriente es afectarlo; pero esta afectación no es muy común entre los comerciantes, porque con muy pocas palabras y menos discursos cualquiera resultaría convencido de su ficción”. Joaquín Trigo. “Con permiso” en Actualidad Económica, 12 de junio de 2008. Página 34

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