22.10.11

En Sidón

Amanece el martes y nos vamos a por un taxi. Es complejo: el taxi lo cogemos en zona cristiana y Sidón es musulmana. Dani, el taxista, nos llevará hasta Sidón, esperará por nosotros y nos traerá de vuelta a Beirut. Habla buen inglés, cosa no tan habitual entre los cristianos de aquí. El caos del tráfico. “hace apenas seis meses que pusieron semáforos en Beirut, pero nadie los respeta”, me dice tras saltarse dos seguidos. Hablamos del tráfico. ¿Es así en España? Me pregunta. Le hablo del transporte público en Madrid. Sonríe irónico: “oh, aquí el metro y el autobús lo hemos visto muchas veces… por televisión”.

Vamos llegando al sur. Pasamos por el aeropuerto, dominado por Hizbulá. La carretera recorre la costa. Suciedad. Mucha suciedad. Residuos. Una diferencia con el primer mundo: los espacios públicos están limpios. Por eso el 15M nos acerca a Méjico y nos aleja de Europa. El tráfico mejora conforme vamos hacia el sur; banderolas de Hizbulá por las calles. Nos acercamos por fin a nuestra ciudad. El castillo Cruzado de Sidón: los restos de una hermosa fortaleza anclada en el mar: una metáfora de la presencia cristiana en estas tierras a lo largo del último milenio: siempre con un pie en el mar, por si hay que irse. Hace calor. Mucho calor.

Nos internamos en el zoco. Un zoco árabe, en todo su esplendor: pescado, carne, fruta. Mucha fruta. Desorden. Caos. Suciedad. Uno intenta venir con unos ojos que no sean los del turista, pero es difícil. Moscas. Y calor. Muchas mujeres con velo. Entramos en una tienda. Moderna. Bien acondicionada. Algunos recuerdos hechos a mano. La dependiente va sin velo. Habla buen inglés. En la confidencia del cliente que ya ha comprado algunos recuerdos, no me duran los enfados, le pregunto, cuando nos ofrece café, si hay cerveza. Eso sería un escándalo aquí, me dice sonriendo. La identidad como una cárcel. La religión como un mecanismo de control. Seguimos paseando. Una iglesia ortodoxa griega. Recoleta, escondida. Hermosa. Apenas quedan aquí treinta familias ortodoxas. Es la parte más limpia de la ciudad. Y más cuidada. Las cosas son como son. Un palacio de la época otomana. El influjo turco, de nuevo, aquí, a ver si tengo un rato y hablo de él. Un estandarte de la Monarquía católica; no resisto y me hago una foto con él. ¿qué habrá venido a hacer aquí?. Seguimos paseando ya acabamos en el Museo del Jabón. Esta fue zona jabonera. Un edificio cuidado. Como muchos otros museos en la zona, son privados, en este caso de la fundación Audi. El proceso artesanal del jabón. Y veo a mi abuelo en la cuadra de su casa, con un barreño grande, enseñándome a mover la sosa con la que hacía jabón. Y ese olor que aún recuerdo. Voy leyendo el proceso, y viendo como se hacía el jabón y voy viendo mi infancia. Como en todos los museos, la salida es por la tienda de regalos. Algunos recuerdos, claro.

Almorzamos junto al Puerto. No nos atrevemos con el pescado. Algo de Humus. El viaje de vuelta es tranquilo. Algo de charla intrascendente con Dani: tiene dos hijos, uno es del tal Madrid y el otro del Barsa. Qué cosas. Se sigue mucho el fútbol, pero el deporte favorito aquí es el baloncesto. Hacen un buen papel en el Campeonato de Asia. Vemos algún estadio de fútbol: “una parte del dinero se lo quedan los políticos, por eso faltan las gradas”. La corrupción, tan universal como el hombre. Lo tranquilizo: en España esto también pasa.

Llegamos a Beirut y nos despedimos. Un buen hombre. Esta noche, para despedir la ciudad, cenaremos en El Chef.

PS: en el Génesis está escrito: “Canaán fue padre de Sidón, su primogénito, y de Het; también de los jebuseos, de los amorreos, de los guirgasitas, de los jivitas, de los arqueos, de los sineos, de los arvaditas, de los semaritas y de los jamateos. Más tarde se expandieron los clanes de los cananeos, y sus fronteras llegaron desde Sidón hasta Gaza por el camino de Guerar; y hasta Lesa, yendo hacia Sodoma, Gomorra, Admá y Seboím

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