4.12.11

Olía a café, siempre olía a café...

Nació el último año del siglo XIX. Cuba era aún una herida abierta. Nació en Cervantes, en la calle del Cabezo. Su padre tenía un negocio en el Mercado. A su abuelo paterno no llegó a conocerlo, aunque no sé si alguna vez supo porqué. Aprendió a leer, y a escribir. Se libró de la mili por sorteo, que no por cuota, y se casó en 1929. Tuvo varias novias, “pero se quedó conmigo porque yo sabía leer y escribir”, me contó su mujer hace muchos años, a la luz de la lumbre. Montó su propio negocio. Lo levantó. Y crió a casi diez hijos. Era buen lector, sobre todo de la prensa. El Ya y El Correo. Tenía moto y la usaba mucho, quizá debido a que nunca quiso conducir coches. De su padre aprendió muchas cosas, entre ellas, el oficio de herrero. Tengo la intuición de que también fue zurdo, aunque en aquella España eso no significara nada más que escribir mal con las dos manos. Vivió la guerra. Y cuando acabó vivió que a él fueran a buscarlo los maquis, esos demócratas, para matarlo. Sin juicio, sin defensa, a él, que escondió durante la guerra a un vecino socialista y lo ayudó a huir a Portugal. Se fue haciendo mayor. Y disfrutó mucho de sus nietos. Siempre detrás de un mostrador, con un café humeante para cualquiera que llegara a comprar, a charlar o sólo a despedirse. Los lunes, organizando la tienda, algunas tardes cortando cristales y otras forjando en la su fragua. Ya de mayor viajó a Roma, y estuvo también en Portugal. Venía el día de la fiesta a mi pueblo a comer y todo el mundo lo saludaba con afecto. Fue un hombre bueno, que intentó pasar por la vida sin hacer daño. Que no robó, cuando muchos otros lo hicieron. Y que también practicó, en una escala modesta, en un pueblo perdido de una provincia olvidada, el “Yo no” que sólo unos cuantos supieron defender en uno de los siglos más canallas de la historia de Europa.

Lo recuerdo bien, porque algunas personas, el ejemplo de algunas personas, y la imagen que dejan cuando se van, se guardan para siempre en el corazón de los que los conocieron. Y allí permanecen de por vida. Y eso que yo era poco más que un niño cuando murió. Hace hoy veinticinco años.

No hay comentarios: