Me
quedan dos cosas.
Me
queda la escritura. Es lo único que tengo. Lo único que me acompaña. También,
mi forma de resistencia frente a la barbarie. Frente a toda esta barbarie en forma
de economía que nos rodea y que, cada día que pasa, soy más incapaz de
comprender.
Me
queda la lectura. De la prensa. De los columnistas de referencia. De ese Arcadi
que no falla casi nunca, hable
de lo que hable. Hacer de la anécdota categoría. Llevar
al lector por caminos que aún no están abiertos. La lectura de ese Gistau,
certero hablando de fútbol los lunes y cronista parlamentario de los que debió
de haber aquí cuando el periodismo era aún un oficio. De Cuartango,
con el pesimismo que da la lucidez mientras uno ve llegar cada tarde los trenes
a Miranda. De aquel Alvite
que nos recuerda que algún día seremos mayores. De ese Pozo,
con su vellocino
y sus putas.
El
placer de la lectura. El único del que puedo estar ahora orgulloso. ¿Qué
ocurrirá cuando todo sea ruido y no haya prensa?
PS:
Lo que se lleva la crisis. El trabajo a favor
de la cultura.
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