6.7.12

El viaje como placer estético


Aunque en realidad es uno de sus últimos libros, el invierno mediterráneo de Kaplan lo que recoge, en realidad, es el primero de sus viajes. El texto recoge el recorrido que, a finales de 1975 y con veintipocos años, el joven escritor realizó, durante un invierno, por el mediterráneo.  Es un libro magnífico, como casi todo lo que le he leído a Kaplan cuando viaja, en el que se mezclan de manera sencilla reflexiones sobre el propio concepto del viaje con la historia de los lugares que el autor visita. El viaje comienza en Cartago. Aquel Cartago con el que yo me tropecé por primera vez unas fiestas de Barrio a finales de los ochenta. Era una tarde agosto y ya sabe, lector, que Lisboa resplandecía. El día que muera, mi espíritu vagará libre por esos pocos quilómetros cuadrados de superficie que contiene el triángulo que forman la Villa, el Mercado y el mi pueblo. Con todo lo que contiene, claro. Y el grupo repetía, incansable: “Hijos de Cartago, la victoria es nuestra, sabrán los romanos de nuestro valor…”. Quizá ningún sitio como Cartago, aquella ciudad fundad por los fenicios en el siglo IX antes de Cristo, como para comprender por qué el concepto “historia” está ligado de manera íntima al de “conocer”. Sin historia, no podemos entender nada del presente. Cartago, aquel Cartago que se ve desde Chez Magui mientras uno ve caer la tarde con una copa de vino en la mano y unas aceitunas en el plato. Todo empezó aquí, cuando las dos riberas del mediterráneo eran en realidad un solo territorio, más unidos entre sí que con el resto de Europa o el Sahel africano.

El viajero recorre también, para nosotros, la Muqadima de Iben Jaldún y nos muestra lo que un texto intemporal nos puede enseñar, tantos siglos después. Y algunas pinceladas mayores. No es extraño que la primavera árabe estallara en Túnez, precisamente. Una sociedad articulada y razonablemente urbana; una civilización ancestral frente a lo que han sido Argelia o Libia: meros nombres geográficos sin ninguna tradición societaria detrás. Más pinceladas: la llegada del cristianismo, una religión revolucionaria, ligada a los pobres, y que también llegó por mar. San Agustín es una muestra de aquella África mediterránea más ligada, ya digo, al mar que al desierto, y que desapareció en el siglo VII con la llegada, esta vez por tierra, de  unos nuevos invasores que esta vez venían por tierra. Y llegaron para quedarse muchos siglos



PS: Cuanto más bello es el paisaje, más arde uno en deseos de devorar su pasado y su cultura: toda la vida intelectual reposa en última instancia en la estética.
Kaplan, Robert D.: Invierno mediterráneo. Un viaje por Túnez, Sicilia, Dalmacia y Grecia. Barcelona, Ediciones B, 2004. Pág. 37

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