20.12.12

La paz sobre los muertos, por ejemplo


La paz sobre los muertos que quieren construir una excandidata de Herri Batasuna, la tal Mintegui, el tal Urizar y toda la gentuza de Bildu se cimenta sobre el olvido. El olvido del asesinato, las más de las veces a sangre fría, de seres humanos indefensos. El olvido de los malditos años de plomo.

Ayer hizo treinta y cuatro años que un grupo de criminales de obediencia nacionalista asesinó en un garaje de Algorta a Joaquín María Azaola Martínez. Un viudo padre de tres hijos que se ganaba la vida de delineante. Lo mataron a tiros, como a una alimaña, la fría mañana de aquel 18 de diciembre, cuando se disponía a ir al trabajo. Martínez, un hombre maduro de cincuenta y cinco años, era un veterano nacionalista, que había vivido en el exilio y que había formado parte de la ETA. La banda mafiosa lo asesinaba porque Azaola había abortado, cuatro años antes, un intento enloquecido de los criminales para secuestrar, y posteriormente ejecutar, a la Familia Real en Mónaco. La actitud de los nacionalistas cruentos siempre ha sido que cuanto peor, mejor y los años convulsos de finales del franquismo no iban a ser una excepción: detener cualquier vía de evolución española hacia la democracia era uno de sus sueños más queridos y no iban a renunciar a él sin pelearlo...

La prensa de la época recoge la noticia de su asesinato, así como su historia. Una página entre centenares de ellas, las historias hoy olvidadas de los que fueron asesinados sin juicio y sin defensa. 

Estremece toda la historia, y estremece el final de la noticia, con la voz del sicario que, amparado en el anonimato y en la marca del terror, ladra al periodista que lo llama que “El tiempo no apremia. ETA sabe esperar el momento oportuno… no lo olvide nunca”.

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