Clásicos.
Ese cine que hay que ver. De vez en cuando me hago con alguno y esta vez le
tocó el turno al violinista en el tejado, un musical de principios de los setenta.
La película que popularizó canciones como la de If I were a rich man,
o la de casamentera…
Una obra
hermosa, más allá de mi fobia hacia los musicales (esos larguísimos miserables).
La vida en una pequeña aldea ucraniana a principios de siglo. Gentiles y asquenazíes, cada
uno por su lado, sin entender que la modernidad, tras alcanzar el XX, ya
no permitía identidades duales. Cuando ya nada de los siglos XIX y XX importe,
alguien encenderá una antorcha votiva en algún cementerio olvidado a la memoria
de la Monarquía de los Habsburgo. La película se la come ese bonachón de Teyve contándonos
sus cuitas mientras reflexiona sobre la marcha de la vida y recriminándole a
Dios cada poco la pobreza en la que se halla. De fondo, esas mujeres que tanto
lucharon para que la vida nos las casara con seres ajenos, para intentar vivir
por sí mismas en lugar de complementar la vida de los otros. Y como marco, esa sutil
metáfora de un violinista tocando en un tejado, como imagen de esa modernidad
en la que vivir es, en realidad, hacer equilibrios a diario. Pedalear para no
caerse.
Pedalear hasta el final…
Buen
cine. Al fin y al cabo, era Navidad.
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