Salen
de refilón también en el
libro de Andrés Trapiello los hombres decentes. Hubo muchos durante la
guerra, aunque entre los intelectuales, me temo, hubo menos que entre el resto
de la ciudadanía. Casi todos acabaron de una u otra manera cerca de la tercera
España, la mía. Aquel Moreno
Villa, autor de la vida
en claro. Aquel Jiménez Fraud,
director de la Residencia, que abandona Madrid en el verano de 1936 para no
volver. Aquel Carlos
Morla, diplomático chileno que tantas vidas salvó y a los que los
vencedores trataron de olvidar enseguida y al que Neruda intentó chantajear
cuando la guerra terminó. Aquel José
María Chacón, otro diplomático que arriesgó su vida para salvar otras. Pero
también aquel Chaves
Nogales, del que ahora vamos sabiendo poco a poco, o de aquel Salazar Chapela,
el hombre que decía la verdad....
Aquella
España que en aquel horror ni encontró banderas bajo las que luchar ni refugio
donde cobijarse.
Aquella
España.
La
única de la que sentirse compatriota. Incluso orgulloso compatriota.
PS: Escribe
Carlos Morla en algún lugar que: “Recibo una llamada de Pablo Neruda y de
Manolín Altolaguirre. Pablo es de un egoísmo y de un ensimismamiento abrumador,
y si reconozco que es gran poeta, es persona no poética”. Citado por Trapiello,
Andrés: Las
armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939). Círculo de
lectores, Barcelona, 2011. Página 116
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