5.3.13

Desde Casablanca...


Es ya medianoche cuando salgo de la estación. Atocha es un entorno solitario. Triste. Todo este Madrid, al sur de Goya, es un arcano para mí. El taxista me ayuda con la maleta. Me siento. La ciudad duerme. A mi conductor el acento lo delata. Le pregunto. Es de Casablanca. Vino hace veintidós años. Allí no había futuro. En televisión veíamos a Europa como la tierra del dinero, de la felicidad. Tiene dos hijos. Le pregunto si les han enseñado árabe. Al mayor no, me pilló trabajando y yo llegaba muy tarde a casa. Con la niña sí que lo he intentado. El niño estudia informática, es muy bueno, pero aquí no lo van a contratar, con ese apellido que tiene, él se quiere ir fuera a Estados Unidos o a Inglaterra. Él vuelve de vez en cuando a su ciudad. Le inquiero por los cambios que ve: va a más, se ve que hay dinero, construcción y todo, pero yo estoy bien aquí ahora.
Un Madrid dormido no escucha nuestra conversación. Nunca llegará a entenderla. Al final, llegamos a nuestra destino. Pago. Lo despido con un apretón de manos.
Y recuerdo aquella sentencia de Borges cuando hablaba de “las migraciones que el historiador, guiado por las azarosas reliquias de la cerámica y el bronce, trata de fijar en el mapa y que no comprendieron los pueblos que las ejecutaron.


No hay comentarios: