Es
julio. Estamos en La Villa. Julio y octubre son los meses en los que Senabria nos
enseña toda su magia. Paseamos. Enseñar lo tuyo a un amigo. No hay
satisfacción más grande. Hubo un tiempo, aún lo recuerdo, el Rey Pedro
gobernaba con mano sabia y a los
comerciantes aquí se nos apreciaba; hubo un tiempo, digo, en el que ser
castellano era sinónimo de ser hospitalario. Se nos hace tarde y una grata sorpresa nos
espera. Son más de las nueve y el
castillo está aún abierto. Un ayuntamiento humilde, con pocos recursos, pero
que entiende que los horarios han estar a disposición del turista, y no al
revés.
Lo comentamos. Y coincido con mis amigos en que a La Villa sólo le falta expulsar a los coches de la plaza.
Contemplar la torre que levantó Nicolás Arias Torres, junto a la portada desde la
que Pedro Cristiano nos vigila, mientras degustamos un gintonic al serano
sanabrés.
Ese es
el objetivo.
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