Me
pareció una novela magnífica, este tango
de la guardia vieja.
Personajes bien construidos. Este Max Costa, que en
realidad somos cualquiera de nosotros dentro de veinte años. Eres tú Hornuez, o
es Mi Coronel. O quizá es también Angelito, y aún no lo sabemos. Es en realidad
cualquiera de nosotros si hubiéramos hecho aquella guerra en África. Aquellos
muertos que retrató Imán y que nos contó Arturo Barea. Y allí estaba ella,
Mecha Inzunza. Esas mujeres prohibidas. Esas mujeres a las que uno ve, incluso
cata, pero que no consigue jamás. Quizá por la constatación, indeleble, de que
ni todos somos iguales, ni la vida nos trata a todos de la misma manera. Esas historias
de amor. O de odio, quién sabe; a veces quizá sean lo mismo. Esas historias, digo
que se mantienen intactas durante décadas. Prohibidas. A veces uno piensa que
las ha olvidado y un día, aparecen de nuevo, golpeándote con violencia en la
cara... Es difícil narrar eso. Y Arturo Pérez Reverte lo consigue.
Ella le recuerda a él, es la página 141, era mayo
y yo paseaba por la playa de Vera: “Hay lugares a los que no se debe
regresar nunca. Tú mismo dijiste eso en cierta ocasión”.
Gracias a dios es sólo una novela. Una novela, digo, a la que volver cuando uno quiera (será otoño y nada importará ya entonces) dejarse llevar por la nostalgia...
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